CUENTO DE LA CHUCHA
La chucha era un hombre joven. Un día fue a la casa de una joven a obsequiarle un chilacuan. Cuando ella recibió el regalo, el joven informo lo siguiente: “esta clase de frutas las he visto en cantidades en las sementeras. ¿Te gustaría ir con migo para comerlas allá mismo?”.
La joven le contesto: “De día no puedo, pues de pronto nos encontramos con perros que nos perseguirían para cazarnos, por tanto te acompañare de noche cuando este en silencio”.
El joven acepto la sugerencia. En llegando la noche se ciñó la cabeza con una tela blanca. Se puso delante de la joven para ir a las sementeras a comer chilacuanes.
Entonces la joven se mostró contraria a lo acordado con el joven, exponiéndole: “tengo más necesidad de construir pronto una habitación que ir a otra parte”.
El joven le contesto: “es factible si me colaboras en la construcción de la morada. Tu recoges las hojas vegetales bien para cubrir la casa o bien para extenderlas en la sala. Yo alistare los palos para la construcción del domicilio.
Arriba se vive en silencio y con tranquilidad. En el suelo se corre el riesgo de perder la vida por el trajín frecuente de los perros y de la gente. Por tanto, en caso de que nos persiguieran los perros, podríamos huir pronto a la vivienda para refugiarnos”.
La joven también se manifestó: “estoy acostumbrada a vivir en lo alto para descansar durmiendo todo el día, cosa que no ocurre en el suelo”.
Entonces cada cual fue a buscar los materiales necesarios para la construcción de la morada, de acuerdo con lo acordado.
tomado de Alberto Juagibioy Chindoy- lenguaje ceremonial y narraciones tradicionales de la cultura kamëntsá.
CUENTO DEL VOLCÁN PATASCOY.
En otra época el hábitat del grupo étnico y lingüístico kamënts̈a se extendía hasta el centro del valle de Sibundoy, zona feraz para el laboreo de la agricultura, principal actividad del núcleo social.
En la vertiente de la cordillera occidental de este valle existe el cerro volcánico Patascoy, en tiempos remotos sus erupciones solían ir acompañados de temblores de tierra. La última erupción volcánica de del Patascoy, según tradición de la comunidad, sucedió con terremotos catastróficos, hundimientos y abobamientos de tierra.
Las rocas volcánicas que cayeron en Balsayaco, (balsa: “balsa”, yaco ó yacu en inga significa “rio”) estancaron la corriente del rio Putumayo y después de un corto tiempo se formó la laguna de la cocha.
Los terrenos aledaños a la extensión de agua muy pronto se convirtieron en sitios pantanosos, cubiertos de totoras (totora: typha latifolia).
Los incalculables daños y trastornos que ocasionaron los fenómenos de la naturaleza a las tierras de la zona central, además de las inundaciones del rio Putumayo y sus afluentes, restringieron la explotación agrícola, creando problemas de tránsito, sanitarios y de vivienda que obligaron a la comunidad a trasladarse a la parte alta del valle de Sibundoy.
Trascurrido un tiempo, parte de las tierras inundadas fue aliviada por desagües superficiales. Sin embargo, algunas áreas requirieron el uso de canales de drenaje profundos. El control de las inundaciones tuvo prioridad para favorecer las condiciones de la agricultura productiva en pequeñas parcelas, en donde los actuales aborígenes cultivan maíz, frijol, papa, repollo y otros productos tradicionales para la subsistencia.
Alberto Juagibioy Chindoy
CUENTO DE LA UBICACIÓN DEL ORO
CUENTO DE LA UBICACIÓN DEL ORO.
Un venado condujo s un cazador hasta una cascada en medio de árboles frondosos del bosque. En este lugar la corriente de agua pasaba entre las imágenes de piedra de san pedro y de un gavilán. Este hallazgo causo al cazador gran sorpresa y admiración.
Antes de llevar el metal precioso al valle de Atriz, pesaba en una balanza, llamada warko, la cantidad de oro para la venta. Esta medida consistía en colocar en un platillo del instrumento una moneda de plata de veinte centavos, y en el otro la porción de oro. Este peso equivalía a “un castellano”, o sea en kamënts̈a kanÿe warko, única medida para enajenarlo.
Como el hombre era precavido, no se llevaba todo el oro para venderlo de una vez en Pasto, sino que en cada viaje vendía sólo un poco, esta práctica no causaba curiosidad a los compradores.
Pero el hermano menor, por ignorancia o testarudez, no puso en práctica los reiterados consejos del hermano mayor para la venta del oro. Su desobediencia le trajo una serie de sinsabores hasta perder la vida.
Un antiguo cazador de oficio cazaba tórtolas, pavas y rara vez un venado. Un día de buena suerte no demoro mucho en cazar un ciervo y se lo llevo cargado a la casa con mayor regocijo.
Como le fue bien en la última cacería, volvió otro día al sitio de los venados. No tardo en divisar uno. No le disparo la flecha con la cerbatana, sino que siguió sus pasos con cautela.
Mientras el venado caminaba poco a poco hacia adelante, el cazador construyo una choza para pernoctar en ese lugar, e caso de que llegar la noche. A continuación, se puso en camino detrás del venado.
Hacia la una de la tarde llegaron a una cascada. Como hacia sol, en el salto de agua brillaba algo amarillo dorado.
El cazador, al mirar hacia la parte alta de la cascada, vio una imagen de piedra de san pedro en el costado derecho y otra imagen de piedra de un gavilán en el izquierdo. En medio de ellos bajaba el agua con oro.
Entonces el cazador, acercándose pronto al salto de agua, introdujo en el su sombrero viejo para llenarlo de oro. En seguida derramo el agua de la prenda.
Como ya atardecía, fue a pasar la noche al rancho para volver al día siguiente a la vivienda. Allá, sin entrar en la casa, se dirigió a la choza de la sementera.
Puso un tiesto en la tulpa con buena leña encendida en el cual tostó el oro para que brillara más. Luego lo llevo a la casa.
Cuando salió a Pasto llevó consigo una pequeña cantidad del metal precioso para cambiarlo por dinero. La gente blanca del valle de Atriz le Compró.
Como le fue bien en la venta, perforó con una aguja la base de una totuma redonda a fin de que el agua del salto pasara rápidamente por ella. Entonces la ato a un cabo de madera. Con este implemento daba vueltas a la cascada para recoger puñados de oro que negociaba poco a poco en Pasto. El cazador tenía un hermano menor muy pobre. Éste, dándose cuenta de que el hermano mayor ninguna cosa le faltaba en su vida doméstica, le suplicó con gran sentimiento que le permitiera acompañarlo a Pasto; petición que le fue concedida.
Por el acompañamiento el hermano mayor le compro en la ciudad dos varas y media de tela para que el hermano menor cosiera una cusma.
Como el hermano mayor recibió en Pasto plata contante por el oro, el menor le pareció atrayente el dinero de la venta. Por lo cual, al llegar a la casa, volvió a rogarle con lágrimas que también lo llevara al lugar donde había oro.
Entre sollozos le dijo: “yo soy muy pobre, por favor llévame a conocer el sitio donde está el metal precioso”.
El mayor le contesto: “la loma es temible. Si puedes correr para huir te llevare”.
Como el ruego era insistente, accedió finalmente a llevarlo con la advertencia previa: “para ir a ese lugar no se debe ir con fiambre con ají, tampoco comida cocida, sino solamente harina de maíz tostado sin sal.
Como el sitio del oro se encuentra lejos, llegaremos al atardecer a pasar la noche allá mismo. Durante ocho días no amanecerás con tu mujer, sino solo. El día de la ida te bañas muy de mañana. Entonces partiremos”.
En verdad el día del viaje se fueron bañados. Hacia el mediodía, para tomar el almuerzo, el menor sao presas de gallina con ají.
Al ver eso el hermano mayor lo reprendió fuertemente. Le arrebató el fiambre y lo echo al abismo. Luego le recordó la anticipada advertencia:
“¿acaso yo te ordene que trajeras esa clase de fiambre? Solamente harina de maíz tostado para comer sopa sin sal. Mañana por la mañana hubiéramos ido a coger el oro”.
Después de la represión se regresó a la casa, donde informo a la mujer que el menor no había cumplido en llevar el fiambre de acuerdo con la previa admonición. Por esa causa no llegaron al punto del oro.
Al menor que tanto le gustaba el ají, le causo pena que su hermano hubiera echado las presas de gallina al abismo .sin embargo, él también se vio obligado a regresar.
Transcurrido algún tiempo volvió a casa del hermano mayor a suplicarle una y otra vez que lo llevara a conocer y que él no cometería falta.
Finalmente el mayor le dijo: “si en verdad has de cumplir de acuerdo con mis observaciones te llevare, de lo contrario olvídate de insistir. En ese lugar suceden cosas espeluznantes “.
Al llevarlo por segunda vez el menor cumplió las órdenes del mayor. Llegaron por la tarde al lugar cercano de la mina de oro, donde pernoctaron en un rancho.
Al día siguiente, sin tomar desayuno, fueron con prontitud al lugar del salto de agua, en el cual caía oro como fragmentos de piedra.
El hermano mayor introdujo en el salto de agua la totuma perforada, en la cual quedo tan solo el oro. En seguido vacío el metal en otro calabazo nuevo.
Luego presto la totuma perforada al menor, quien hiso la misma operación para la recolección del metal precioso.
Entonces el mayor le dijo al mayor: “ahora que ya recogimos lo que necesitamos, vámonos rápido al rancho “.
Estaban a pocos pasos de regreso, cuando sonaron truenos espeluznantes que acompañaban a los relámpagos y a los rayos luminosos que caían a diestra y siniestra; las gotas de la lluvia torrencial caían como frutas de uvillas ante esa tempestad violenta corrieron a la choza.
Cuando paso la violenta perturbación de la atmosfera nunca vista, comieron la sopa de harina de maíz tostado sin sal; luego, habiendo tostado el oro para que fuera más brillante, regresaron a la vivienda.
Al llegar a la casa el mayor aconsejo al menor lo siguiente:” nunca lleves a vender a pasto todo el oro, sino tan solo el peso de una o dos monedas de veinte centavos”.
El menor, por ambición de la plata, se atolondro. Desobedeciendo las recomendaciones del mayor, llevo a pasto todo el oro que recogió en la totuma.
Los blancos de la ciudad se lamentaban porque no podían comprar esa cantidad de oro, ni vendiendo los edificios donde habitaban, las fincas y los semovientes
En vista de la escases de dinero se le acercaron a preguntarle:” ¿Dónde encontraste tanta cantidad de oro? Cuéntanos sin egoísmo. Nosotros somos indigentes, por lo cual también tenemos derecho de ir a recoger el metal precioso”.
El ignorante informo todo lo relacionado con la ubicación del oro; las imágenes que se encontraban en ese lugar; la forma de recoger el oro en la cascada y lo que sucedía después de la recogida.
En seguida, los ambiciosos blancos le sujetaron las muñecas de las manos por detrás como a un reo. Después lo encarcelaron hasta el día de encaminarse al lugar de la ubicación del oro.
Mientras le sucedía en pasto ese percance doloroso, lo sorprendió el hermano mayor, quien después de reprenderlo severamente por no obedecer sus consejos, regreso a la casa anticipadamente.
Al llegar a la vivienda lloro amargamente. Luego informo a la mujer el mal procedimiento del menor al divulgar la ubicación del oro, el arrebatamiento del metal amarillo por los blancos de pasto y su encarcelamiento.
El día siguiente, muy de mañana, el hermano mayor volvió por última vez a la cascada a recoger otra totuma del metal precioso.
Cuando descendía del monte los blancos de pasto ya subían con las mujeres cargando el fiambre.
El hermano menor, con las muñecas de las manos atadas por detrás, subía delante de la comitiva blanca que le gritaba:” muéstranos pronto el sitio de oro o te matamos de una vez”.
Los blancos en la subida iban despidiendo olor de tabaco. Pero en esa montaña no era permitido fumar; tampoco llevar fiambre con ají y cebolla.
El menor, como conocía la ubicación del oro, los llevaba directamente a la cascada. Al acercarse al sitio hubo truenos espeluznantes que acompañaban de relámpagos rayos y lluvias torrenciales que cayeron de día y de noche.
Los rayos y truenos estremecedores dieron muerte a todos los blancos ambiciosos del oro y también al guía indígena.
El hermano mayor, primer conocedor de la ubicación del oro, tan pronto escampo, volvió al mismo lugar para cerciorarse de los extraños sucesos que seguramente ocurrieron.
Cuando llegaba cerca de la cascada, vio primero los trajes despedazados que colgaban de los árboles, pero sus dueños, los blancos y su hermano habían desaparecido.
En seguida fue a ver el salto de agua que bajaba con oro; ya no existía. El cauce de la corriente se encontraba a cierta profundidad, como si lo hubieran zanjado.
La avalancha precipitada violentamente, había desenterrado piedras y desarraigado arboles de la orilla del rio, dejando esta despejada. Solamente se sentía una desgracia y un silencio sepulcral como término de la ubicación del oro.
Alberto Juagibioy Chindoy